El amor: un ejercicio

En diciembre me fui a cortar el pelo a lo de mi amiga peluquera y hablamos sobre las parejas y sus asuntos en este larguísimo tiempo de aislamiento. Ella vive con su novio de hace 7 u 8 años; yo no, yo vivo con dos perras. Ambas (mi amiga y yo, no mis dos perras) veníamos enterándonos de varios conocidos que se habían separado tras no soportar la cantidad de horas obligatorias en la casa que, obviamente, no decantaron en las separaciones por sí solas, sino que alumbraron y catalizaron algunas otras molestias, que antes, en eso que ahora llamamos vieja normalidad, podían patearse para el fondo o disolverse con la vida afuera, los amigos, los partidos, las distracciones, los bares. Los respiros, valga la metáfora. No fue su caso, por suerte. A ellos, la cuarentena los acercó.

Bien al principio cada uno se acomodó en un espacio: él, living; ella cocina y terraza lindera, y una tarde, un poco hartos de la quietud generalizada y otro poco impulsados porque todo esto iba para largo, empezaron a hacer ejercicio juntos. Así, durante el día (mientras ella todavía no podía ir a la peluquería ni él a la oficina) cada quien hacía lo propio, fuera lo que fuera, sin requerir o buscar al otro, y a eso de las 7 de la tarde, tres o cuatro veces por semana ponían un video de una hora, estiraban sus mats y meta piña, patada y abdominales. Luego ella volvió a trabajar. Igual lo sostuvieron.

Mi amiga vivió en varias ciudades. En Montreal, estuvo en pareja y conviviendo durante poco más de 5 años. Se separaron por un montón de razones, entre las cuales siempre flotaba una discusión sobre el próximo escalón “lógico” (yo diría rígido) de la relación: hijos sí / hijos no; una diferencia de esas que para alguno resultó imposible de ignorar, ni siquiera saturando las virtudes y, bueno, finalmente ella se mudó sola, y luego se fue a Méjico, y luego vino para acá, y luego de varios luegos conoció al tipo con el que vive hoy.

 

 

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Es llamativo lo poco que sirve hacer el inventario de ‘lo bueno’, concentrarse en lo que se tiene, las ventajas. Muchas veces eso termina sumando presión: tengo todo esto que está bien, todas estas porciones de mi vida estables y positivas, puedo contar con tanta gente e incluso así no consigo disfrutar. A veces, quizá, haya que poner el foco en lo malo. Poner el problema bajo la lupa, diseccionarlo como si fuera una rana en una clase de biología de las que vemos en las películas, ver qué se puede hacer con y sobre cada partecita: sus patas, su cuerpo, su cabeza; y actuar sobre eso. No todos, claro, pero varios problemas se deshacen cuando los miramos de cerca, como si en esa inspección se desintegrara todo su drama. Como si su soberbia no resistiera el análisis.

Tras escuchar la historia de mi amiga, mi comentario fue algo como “claro, quizá sea necesario pasar por una convivencia fallida para después tener una convivencia exitosa”. Es probable que lo haya dicho pensando solamente en mí, que conviví y ya no convivo, pero además fue un juicio bastante lineal: si ya sabés qué es lo que puede no funcionar, no lo hacés, o lo charlás antes, o lo abordás distinto y listo. Como si todo se mantuviera igual excepto el tiempo y el otro. Ella de inmediato me dijo “no fue fallida”. Mientras pasaba tintura naranja por un mechón me dijo que ella no consideraba que su convivencia, que su relación con el canadiense había fallado, que al contrario, habían sido más de cinco años, y más de cinco años era un logro; que jamás podría hacer la lectura de que había fracasado.

Hay un puñado de lugares comunes que están tallados en piedra. Uno es la familia, del que hablamos hace no mucho acá, otro es la ilusión de que el mérito es un medio que conduce casi directamente al éxito; otro es el de El Amor Para Toda La Vida. Ya casi no se puede escribir amor y vida en la misma oración sin que suene demasiado cursi y hasta paródico, pero aún así, al día de hoy, en entrevistas se les sigue preguntando a famosos si creen en el amor para toda la vida; en algunas novelas el vector de la trama es el amor para toda la vida, y para muchas personas la búsqueda es el amor para toda la vida. Esto no está ni bien ni mal: hay veces en que bien o mal no existe, lo que está bien es lo que te hace bien a vos.

El problema es que sí influye en las conclusiones que sacamos de los finales, y alimenta esa idea venenosa de que las cosas que no salen como esperábamos son fracasos y derrotas.

Bell Hooks escribió un libro que se titula “Todo sobre el amor”. Es una tarea imposible, claro, una muestra inabarcable porque en gran medida el amor toma la forma de quien lo siente, pero hay algunas estandarizaciones que sirven para pensar. Ella dice que de chicos aprendemos que se ama a los besos y abrazos, que se ama cocinando, que se ama dando.

Un padre que les regala a sus hijos un viaje a Disney es un padre que quiere. Una mujer que hace una carne que lleva 5 horas de cocción para su marido es una mujer que quiere, etcétera. Estas formas tienden a anular otras, y entonces de repente se nos hace muy difícil registrar muestras de amor, que quizás están, pero que no son las convencionales. Claro que el cuidado y los regalos pueden serlo, pero también conceptos menos edulcorados como compromiso, respeto, responsabilidad.

 

Fito Paez tiene una canción que dice “el amor, un ejercicio”. A mí me gusta mucho Fito, y esa canción y esa idea. Pienso que viene a decirnos que se puede ser más o menos auténtico, que las cosas pueden darse de manera más orgánica o más forzada, pero que nada fluye. En las relaciones humanas de cualquier índole, si se quieren sostener, no existe el fluir. Hay que trabajar por y para ellas, y que el placer o felicidad o recompensa que devuelvan sea siempre mayor a ese trabajo; pero las relaciones no fluyen, fluyen los momentos. De las relaciones hay que ocuparse. No me refiero sólo a la pareja, también puede ser una amistad, un equipo de trabajo, hasta la vida en sociedad si quisiera espectaculizar el argumento.

Lo que estoy intentando esclarecer, para el texto, pero también para mí, es que, si me puedo deshacer de esa idea de Para Toda La Vida, si puedo agarrar la piedra sobre la que está tallada y partirla en decenas de piedritas que sean momentos, circunstancias, parejas, más largas o más cortas, entonces seguramente los desenlaces resulten mucho menos frustrantes, y eso que puse de mí para que la relación funcionara y creciera igual me va a dejar saldo positivo, igual va a haber un logro.

El final de una relación no es su fracaso. Quizá sea incluso lo contrario: la corona. Porque el amor no es una respuesta acabada, es una pregunta abierta. El respeto, por ejemplo, sí lo es; y puede faltar amor, otras formas de amor, pero nunca puede faltar respeto.

Por supuesto que hay relaciones y personas horribles en las que nada de esto se sostiene, así como las hay con amor para toda la vida, pero no se puede concretar ese toda-la-vida (que, al margen, anula lo vivido antes de conocer al otro) dejando las cosas en manos del fluir.

Y si el amor fue para este rato, también está bien. Suma. Llegaremos al próximo con el músculo más ejercitado.

En diciembre me fui a cortar el pelo a lo de mi amiga peluquera y hablamos sobre las parejas y sus asuntos en este larguísimo tiempo de aislamiento. Ella vive con su novio de hace 7 u 8 años; yo no, yo vivo con dos perras. Ambas (mi amiga y yo, no mis dos perras) veníamos enterándonos de varios conocidos que se habían separado tras no soportar la cantidad de horas obligatorias en la casa que, obviamente, no decantaron en las separaciones por sí solas, sino que alumbraron y catalizaron algunas otras molestias, que antes, en eso que ahora llamamos vieja normalidad, podían patearse para el fondo o disolverse con la vida afuera, los amigos, los partidos, las distracciones, los bares. Los respiros, valga la metáfora. No fue su caso, por suerte. A ellos, la cuarentena los acercó.

Bien al principio cada uno se acomodó en un espacio: él, living; ella cocina y terraza lindera, y una tarde, un poco hartos de la quietud generalizada y otro poco impulsados porque todo esto iba para largo, empezaron a hacer ejercicio juntos. Así, durante el día (mientras ella todavía no podía ir a la peluquería ni él a la oficina) cada quien hacía lo propio, fuera lo que fuera, sin requerir o buscar al otro, y a eso de las 7 de la tarde, tres o cuatro veces por semana ponían un video de una hora, estiraban sus mats y meta piña, patada y abdominales. Luego ella volvió a trabajar. Igual lo sostuvieron.

Mi amiga vivió en varias ciudades. En Montreal, estuvo en pareja y conviviendo durante poco más de 5 años. Se separaron por un montón de razones, entre las cuales siempre flotaba una discusión sobre el próximo escalón “lógico” (yo diría rígido) de la relación: hijos sí / hijos no; una diferencia de esas que para alguno resultó imposible de ignorar, ni siquiera saturando las virtudes y, bueno, finalmente ella se mudó sola, y luego se fue a Méjico, y luego vino para acá, y luego de varios luegos conoció al tipo con el que vive hoy.

Es llamativo lo poco que sirve hacer el inventario de ‘lo bueno’, concentrarse en lo que se tiene, las ventajas. Muchas veces eso termina sumando presión: tengo todo esto que está bien, todas estas porciones de mi vida estables y positivas, puedo contar con tanta gente e incluso así no consigo disfrutar. A veces, quizá, haya que poner el foco en lo malo. Poner el problema bajo la lupa, diseccionarlo como si fuera una rana en una clase de biología de las que vemos en las películas, ver qué se puede hacer con y sobre cada partecita: sus patas, su cuerpo, su cabeza; y actuar sobre eso. No todos, claro, pero varios problemas se deshacen cuando los miramos de cerca, como si en esa inspección se desintegrara todo su drama. Como si su soberbia no resistiera el análisis.

Tras escuchar la historia de mi amiga, mi comentario fue algo como “claro, quizá sea necesario pasar por una convivencia fallida para después tener una convivencia exitosa”. Es probable que lo haya dicho pensando solamente en mí, que conviví y ya no convivo, pero además fue un juicio bastante lineal: si ya sabés qué es lo que puede no funcionar, no lo hacés, o lo charlás antes, o lo abordás distinto y listo. Como si todo se mantuviera igual excepto el tiempo y el otro. Ella de inmediato me dijo “no fue fallida”. Mientras pasaba tintura naranja por un mechón me dijo que ella no consideraba que su convivencia, que su relación con el canadiense había fallado, que al contrario, habían sido más de cinco años, y más de cinco años era un logro; que jamás podría hacer la lectura de que había fracasado.

Hay un puñado de lugares comunes que están tallados en piedra. Uno es la familia, del que hablamos hace no mucho acá, otro es la ilusión de que el mérito es un medio que conduce casi directamente al éxito; otro es el de El Amor Para Toda La Vida. Ya casi no se puede escribir amor y vida en la misma oración sin que suene demasiado cursi y hasta paródico, pero aún así, al día de hoy, en entrevistas se les sigue preguntando a famosos si creen en el amor para toda la vida; en algunas novelas el vector de la trama es el amor para toda la vida, y para muchas personas la búsqueda es el amor para toda la vida. Esto no está ni bien ni mal: hay veces en que bien o mal no existe, lo que está bien es lo que te hace bien a vos.

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El problema es que sí influye en las conclusiones que sacamos de los finales, y alimenta esa idea venenosa de que las cosas que no salen como esperábamos son fracasos y derrotas.

Bell Hooks escribió un libro que se titula “Todo sobre el amor”. Es una tarea imposible, claro, una muestra inabarcable porque en gran medida el amor toma la forma de quien lo siente, pero hay algunas estandarizaciones que sirven para pensar. Ella dice que de chicos aprendemos que se ama a los besos y abrazos, que se ama cocinando, que se ama dando.

Un padre que les regala a sus hijos un viaje a Disney es un padre que quiere. Una mujer que hace una carne que lleva 5 horas de cocción para su marido es una mujer que quiere, etcétera. Estas formas tienden a anular otras, y entonces de repente se nos hace muy difícil registrar muestras de amor, que quizás están, pero que no son las convencionales. Claro que el cuidado y los regalos pueden serlo, pero también conceptos menos edulcorados como compromiso, respeto, responsabilidad.

Fito Paez tiene una canción que dice “el amor, un ejercicio”. A mí me gusta mucho Fito, y esa canción y esa idea. Pienso que viene a decirnos que se puede ser más o menos auténtico, que las cosas pueden darse de manera más orgánica o más forzada, pero que nada fluye. En las relaciones humanas de cualquier índole, si se quieren sostener, no existe el fluir. Hay que trabajar por y para ellas, y que el placer o felicidad o recompensa que devuelvan sea siempre mayor a ese trabajo; pero las relaciones no fluyen, fluyen los momentos. De las relaciones hay que ocuparse. No me refiero sólo a la pareja, también puede ser una amistad, un equipo de trabajo, hasta la vida en sociedad si quisiera espectaculizar el argumento.

Lo que estoy intentando esclarecer, para el texto, pero también para mí, es que, si me puedo deshacer de esa idea de Para Toda La Vida, si puedo agarrar la piedra sobre la que está tallada y partirla en decenas de piedritas que sean momentos, circunstancias, parejas, más largas o más cortas, entonces seguramente los desenlaces resulten mucho menos frustrantes, y eso que puse de mí para que la relación funcionara y creciera igual me va a dejar saldo positivo, igual va a haber un logro.

El final de una relación no es su fracaso. Quizá sea incluso lo contrario: la corona. Porque el amor no es una respuesta acabada, es una pregunta abierta. El respeto, por ejemplo, sí lo es; y puede faltar amor, otras formas de amor, pero nunca puede faltar respeto.

Por supuesto que hay relaciones y personas horribles en las que nada de esto se sostiene, así como las hay con amor para toda la vida, pero no se puede concretar ese toda-la-vida (que, al margen, anula lo vivido antes de conocer al otro) dejando las cosas en manos del fluir.

Y si el amor fue para este rato, también está bien. Suma. Llegaremos al próximo con el músculo más ejercitado.

Lo que estoy intentando esclarecer, para el texto, pero también para mí, es que, si me puedo deshacer de esa idea de Para Toda La Vida, si puedo agarrar la piedra sobre la que está tallada y partirla en decenas de piedritas que sean momentos, circunstancias, parejas, más largas o más cortas, entonces seguramente los desenlaces resulten mucho menos frustrantes, y eso que puse de mí para que la relación funcionara y creciera igual me va a dejar saldo positivo, igual va a haber un logro.

El final de una relación no es su fracaso. Quizá sea incluso lo contrario: la corona. Porque el amor no es una respuesta acabada, es una pregunta abierta. El respeto, por ejemplo, sí lo es; y puede faltar amor, otras formas de amor, pero nunca puede faltar respeto.

Por supuesto que hay relaciones y personas horribles en las que nada de esto se sostiene, así como las hay con amor para toda la vida, pero no se puede concretar ese toda-la-vida (que, al margen, anula lo vivido antes de conocer al otro) dejando las cosas en manos del fluir.

Y si el amor fue para este rato, también está bien. Suma. Llegaremos al próximo con el músculo más ejercitado.

En diciembre me fui a cortar el pelo a lo de mi amiga peluquera y hablamos sobre las parejas y sus asuntos en este larguísimo tiempo de aislamiento. Ella vive con su novio de hace 7 u 8 años; yo no, yo vivo con dos perras. Ambas (mi amiga y yo, no mis dos perras) veníamos enterándonos de varios conocidos que se habían separado tras no soportar la cantidad de horas obligatorias en la casa que, obviamente, no decantaron en las separaciones por sí solas, sino que alumbraron y catalizaron algunas otras molestias, que antes, en eso que ahora llamamos vieja normalidad, podían patearse para el fondo o disolverse con la vida afuera, los amigos, los partidos, las distracciones, los bares. Los respiros, valga la metáfora. No fue su caso, por suerte. A ellos, la cuarentena los acercó.

Bien al principio cada uno se acomodó en un espacio: él, living; ella cocina y terraza lindera, y una tarde, un poco hartos de la quietud generalizada y otro poco impulsados porque todo esto iba para largo, empezaron a hacer ejercicio juntos. Así, durante el día (mientras ella todavía no podía ir a la peluquería ni él a la oficina) cada quien hacía lo propio, fuera lo que fuera, sin requerir o buscar al otro, y a eso de las 7 de la tarde, tres o cuatro veces por semana ponían un video de una hora, estiraban sus mats y meta piña, patada y abdominales. Luego ella volvió a trabajar. Igual lo sostuvieron.

Mi amiga vivió en varias ciudades. En Montreal, estuvo en pareja y conviviendo durante poco más de 5 años. Se separaron por un montón de razones, entre las cuales siempre flotaba una discusión sobre el próximo escalón “lógico” (yo diría rígido) de la relación: hijos sí / hijos no; una diferencia de esas que para alguno resultó imposible de ignorar, ni siquiera saturando las virtudes y, bueno, finalmente ella se mudó sola, y luego se fue a Méjico, y luego vino para acá, y luego de varios luegos conoció al tipo con el que vive hoy.

 

 

 

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Es llamativo lo poco que sirve hacer el inventario de ‘lo bueno’, concentrarse en lo que se tiene, las ventajas. Muchas veces eso termina sumando presión: tengo todo esto que está bien, todas estas porciones de mi vida estables y positivas, puedo contar con tanta gente e incluso así no consigo disfrutar. A veces, quizá, haya que poner el foco en lo malo. Poner el problema bajo la lupa, diseccionarlo como si fuera una rana en una clase de biología de las que vemos en las películas, ver qué se puede hacer con y sobre cada partecita: sus patas, su cuerpo, su cabeza; y actuar sobre eso. No todos, claro, pero varios problemas se deshacen cuando los miramos de cerca, como si en esa inspección se desintegrara todo su drama. Como si su soberbia no resistiera el análisis.

Tras escuchar la historia de mi amiga, mi comentario fue algo como “claro, quizá sea necesario pasar por una convivencia fallida para después tener una convivencia exitosa”. Es probable que lo haya dicho pensando solamente en mí, que conviví y ya no convivo, pero además fue un juicio bastante lineal: si ya sabés qué es lo que puede no funcionar, no lo hacés, o lo charlás antes, o lo abordás distinto y listo. Como si todo se mantuviera igual excepto el tiempo y el otro. Ella de inmediato me dijo “no fue fallida”. Mientras pasaba tintura naranja por un mechón me dijo que ella no consideraba que su convivencia, que su relación con el canadiense había fallado, que al contrario, habían sido más de cinco años, y más de cinco años era un logro; que jamás podría hacer la lectura de que había fracasado.

Hay un puñado de lugares comunes que están tallados en piedra. Uno es la familia, del que hablamos hace no mucho acá, otro es la ilusión de que el mérito es un medio que conduce casi directamente al éxito; otro es el de El Amor Para Toda La Vida. Ya casi no se puede escribir amor y vida en la misma oración sin que suene demasiado cursi y hasta paródico, pero aún así, al día de hoy, en entrevistas se les sigue preguntando a famosos si creen en el amor para toda la vida; en algunas novelas el vector de la trama es el amor para toda la vida, y para muchas personas la búsqueda es el amor para toda la vida. Esto no está ni bien ni mal: hay veces en que bien o mal no existe, lo que está bien es lo que te hace bien a vos.

El problema es que sí influye en las conclusiones que sacamos de los finales, y alimenta esa idea venenosa de que las cosas que no salen como esperábamos son fracasos y derrotas.

Bell Hooks escribió un libro que se titula “Todo sobre el amor”. Es una tarea imposible, claro, una muestra inabarcable porque en gran medida el amor toma la forma de quien lo siente, pero hay algunas estandarizaciones que sirven para pensar. Ella dice que de chicos aprendemos que se ama a los besos y abrazos, que se ama cocinando, que se ama dando.

Un padre que les regala a sus hijos un viaje a Disney es un padre que quiere. Una mujer que hace una carne que lleva 5 horas de cocción para su marido es una mujer que quiere, etcétera. Estas formas tienden a anular otras, y entonces de repente se nos hace muy difícil registrar muestras de amor, que quizás están, pero que no son las convencionales. Claro que el cuidado y los regalos pueden serlo, pero también conceptos menos edulcorados como compromiso, respeto, responsabilidad.

 

Fito Paez tiene una canción que dice “el amor, un ejercicio”. A mí me gusta mucho Fito, y esa canción y esa idea. Pienso que viene a decirnos que se puede ser más o menos auténtico, que las cosas pueden darse de manera más orgánica o más forzada, pero que nada fluye. En las relaciones humanas de cualquier índole, si se quieren sostener, no existe el fluir. Hay que trabajar por y para ellas, y que el placer o felicidad o recompensa que devuelvan sea siempre mayor a ese trabajo; pero las relaciones no fluyen, fluyen los momentos. De las relaciones hay que ocuparse. No me refiero sólo a la pareja, también puede ser una amistad, un equipo de trabajo, hasta la vida en sociedad si quisiera espectaculizar el argumento.

Lo que estoy intentando esclarecer, para el texto, pero también para mí, es que, si me puedo deshacer de esa idea de Para Toda La Vida, si puedo agarrar la piedra sobre la que está tallada y partirla en decenas de piedritas que sean momentos, circunstancias, parejas, más largas o más cortas, entonces seguramente los desenlaces resulten mucho menos frustrantes, y eso que puse de mí para que la relación funcionara y creciera igual me va a dejar saldo positivo, igual va a haber un logro.

El final de una relación no es su fracaso. Quizá sea incluso lo contrario: la corona. Porque el amor no es una respuesta acabada, es una pregunta abierta. El respeto, por ejemplo, sí lo es; y puede faltar amor, otras formas de amor, pero nunca puede faltar respeto.

Por supuesto que hay relaciones y personas horribles en las que nada de esto se sostiene, así como las hay con amor para toda la vida, pero no se puede concretar ese toda-la-vida (que, al margen, anula lo vivido antes de conocer al otro) dejando las cosas en manos del fluir.

Y si el amor fue para este rato, también está bien. Suma. Llegaremos al próximo con el músculo más ejercitado.

4 comentarios de “El amor: un ejercicio

  1. Daniela dice:

    Una belleza. Lo voy a tomar como disparador para mis clases de ESI en la escuela secundaria. Gracias Gusman por este espacio y por transmitir tanto amor, compromiso y honestidad en todo lo que hacen. Son lo más 💜

  2. Ani dice:

    Este texto y análisis llegó a mi vida en el momento justo. Estoy atravesando un duelo, con toda la angustia que este implica. Gracias por compartir esta idea y proponer analizar los finales desde otro lugar. Logré responder muchas de esas preguntas abiertas..

  3. Rocio dice:

    Precioso leer un blog en estos tiempos de stories y vivos y todo YA. Particular reflexión con la cual comparto casi toda su perspectiva. Solo quiero agregar que si el fluir no es parte del vínculo, se debe abandonar de inmediato, sino el dolor que puede llegar a causar es doblemente dañino. Digo esto porque, si bien el vincularse es un ejercicio, ese ejercicio no debe ser jamás un esfuerzo constante sin ningún fluir genuino en ese ejercicio. Es menester que el fluir sea parte de nuestras vidas, al menos en donde más energía ponemos y sacamos.
    Gracias por este espacio tan nutritivo 💫

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