Tengo una amiga cuya mayor virtud es, a mi entender, el poder que tiene para reírse de sí misma. Si bien es cierto que eso ocasionalmente la convierte en el centro de los chistes del grupo, nunca se lo toma mal. Este es un don maravilloso: se ríe, se suma; se termina. Es un don maravilloso, más en una época en la que el sarcasmo se sigue leyendo casi indiscutiblemente como inteligencia y pareciera que nada importa más que ser pillos. No digo que el sarcasmo sea viejo, malo, tonto; digo que, como cualquier forma de humor, tiene que estar bien empleado para ser inteligente. No hay mucha vuelta: el buen chiste no es necesariamente el que pone en ridículo sino el que causa gracia.
A partir de eso, algunas cuestiones. Los chistes tienen un peso específico, una medida yuna cuota de, pongamos, conflicto. Cuando se hace un chiste hay algo en juego, por más pequeño que sea. El escritor Ricardo Piglia tiene una tesis conocida en la que explica, entre otras ideas, que un cuento dice lo que dice, y dice otra cosa. Cada cuento cuenta dos historias. La historia superficial es tan necesaria como la historia de fondo. Lo mismo sucede en los chistes (lógico, son también cuentos). Muchas veces las personas quieren hacer pasar una descarga maliciosa, un filo que nada tiene que ver con bromear, por chiste.
Un comentario no es un chiste, por más que inmediatamente después se diga “es una joda che, no tenés humor”. No es que el otro no sepa reírse, es que vos no te bancás tu maldad.
No es que el otro sea problemático, es que probablemente le estés faltando el respeto. Pero mi amiga, incluso con algunas bromas que para mí caminan en la cornisa de ser dañinas, se ríe, y con esa risa, con esa ligereza diluye cualquier posible aspereza que pueda causarle daño. Mi amiga domestica el riesgo de la historia detrás. Lo que podría espantarla, le fascina. Lo que podría golpearla le rebota.
Yo no soy así. Yo a veces me ofendo y otras quiero aleccionar.
Las dos reacciones estorban el cauce natural de la conversación. Puedo elegir reírme pero me sale, en primera instancia, otra cosa. Para reaccionar de manera desinteresada y liviana tengo que pensar “no, no me voy a enojar por esto”, tengo que producir esa reacción. Entonces pienso y respiro y me río y tanto la molestia como la situación se evaporan.
Grecia estuvo llena de artistas. Pintores, escultores, deportistas, performers, poetas, etcétera. Cuenta la historia que Zeuxis, pintor griego de la época clásica del siglo V a.C, hacía cuadros hiperrealistas y era uno de los más cotizados de su tiempo. Tenía muy buen manejo de luces y sombras, profundidad, interpretación del espacio y otras nociones que a los que no abordamos ni un libro infantil para colorear se nos escapan. Cuestión que una vez pintó un cuadro de uvas, de decenas de racimos de uvas que parecían exquisitas y frescas y que, se dice, engañaron a los pájaros. Estos las vieron, bajaron volando del cielo a picotearlas y se encontraron con mucha tela, mucha tinta y cero jugo. Como Z (vamos a decirle Z para simplificar) también estaba, por aquella época, Parrasio, otro pintor realista que era su competencia.
Se disputaban la etiqueta del mejor con cada cosa que creaban, y la pintura de las uvas con la que Z burló a las bandadas fue un hit, pero resulta que un día P le comentó que en su estudio tenía un cuadro, su mejor cuadro, y que le gustaría que pasara a verlo. Z dijo que sí, que claro, y una vez allí vio una gran rectángulo blanco cubierto por una tela. Se acercó a descubrir la obra y se encontró con que la tela, en efecto, estaba pintada sobre el lienzo. Es decir: el tipo pintó una tela cubriendo un cuadro y lo hizo pasar por una tela real cubriendo un cuadro real. No había nada que revelar. Entonces Z le dio la victoria a su oponente: “Yo he engañado a los pájaros, pero Parrasio me ha engañado a mí, a un artista”.
Me gusta pensar que después de esta falsa revelación de pieza se abrieron un vino, uno real, y se lo bajaron pensando en qué otro pedazo de realidad serviría para seguir jugando. Me gusta pensar, también, que Z se rió, pero todo esto no está en ningún lado. Este cuadro fue un chiste. El chiste fue una obra de arte. El humor es una forma hermosa de arte. Es cierto que hay cosas chabacanas y también que hay vínculos o grupos en que los chistes, vistos por otros (vistos de afuera) parecen malos tratos. Como todo arte, es un juego, un pacto y un conflicto a la vez. Convoca expectativa. Nos da algo nuevo. Un cuento primario y un cuento subyacente. Quienes disfrutan de un tipo de humor puede no reírse con otro, pero todas las buenas expresiones artísticas eventualmente encuentran su público.
El humor es un arte hermoso. Y sobre las reacciones, Piglia también dice que las verdaderas experiencias son siempre sociales. Todos andamos perdidos, abrumados, presionados y en busca de estar bien; todos somos permeables y cambiantes. Tratémonos mejor, por un lado, y desdramaticemos por el otro.
Texto por Juli Habif